El Año de la Fe ha sido «un año de siembra»

Entrevista a S.E. Arzobispo Octavio Ruiz Arenas, Secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización

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El Año de la Fe ha sido «un año de siembra». Así lo califica el arzobispo colombiano Octavio Ruiz Arenas, secretario del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, el dicasterio vaticano que ha organizado las actividades de esta iniciativa impulsada por Benedicto XVI y continuada por Francisco. Ruiz Arenas destaca el éxito del estilo del Papa argentino en la evangelización, logrando que «los alejados se replanteen la fe».

–¿Cuál es el mayor fruto del Año de la Fe?

–Ha sido una maravillosa oportunidad para impulsar la nueva evangelización en las distintas diócesis, parroquias, comunidades religiosas y movimientos apostólicos que acogieron con júbilo la invitación a redescubrir la alegría del don de la fe e hicieron lo posible para hacer conocer el contenido de aquello que creemos y para que las celebraciones fueran más vivas y condujeran a un compromiso de mayor testimonio. En todo el mundo hubo una gran participación en las numerosas y variadas iniciativas que surgieron como respuesta a la convocatoria hecha por el Santo Padre, las cuales pusieron de manifiesto que la fe está viva y que existe entusiasmo y deseo de conocer y seguir a Cristo. Podríamos decir que ha sido un año de «siembra», que debe continuar con el esfuerzo de todos en la Iglesia para poder recoger los frutos que el Señor hará surgir.

–¿Ha cambiado la Iglesia?

–Hablar de un cambio sería precipitado y hasta presuntuoso. Más bien podríamos decir que ha habido una especie de «remezón» en la conciencia de los bautizados, que sintieron la urgencia de tomar en serio lo que significa su fe y su pertenencia a la Iglesia. Ante un mundo que invita a vivir como si Dios no existiera, que está fragmentado y dividido, en donde el hombre se siente perdido y sin horizonte y en donde reinan el egoísmo, el empobrecimiento creciente y la corrupción, hoy los cristianos sienten la necesidad de hacer presente a Cristo en la sociedad para que, dando ejemplo de rectitud y coherencia y viviendo los valores que surgen del Evangelio, sean artífices de la construcción de un mundo en paz, en donde la misericordia, la solidaridad y el respeto ayuden a dignificar a las personas y a encontrar en Cristo el sentido de su existencia.

–¿Cuál ha sido el evento que mejor ha servido para transmitir el significado del Año de la fe?

–Esta experiencia la ha vivido toda la Iglesia de manera variada pero con un mismo espíritu. Sin embargo, hubo una experiencia única en la historia y que puede ser como la expresión de lo que fue la vivencia del Año de la Fe en la universalidad de la Iglesia. Con ocasión de la solemnidad del Corpus Christi, Francisco presidió una «Hora Santa» de adoración eucarística en Roma, a las cinco de la tarde, a la cual contemporáneamente se unieron todas las diócesis del mundo, de tal modo que en esa misma hora en todo el globo terrestre se estaba realizando un acto de reconocimiento a Cristo.

–¿Han entendido las Iglesias locales la trascendencia de esta iniciativa?

–No sólo ha sido acogida con inmenso gozo en toda la Iglesia, sino que constituyó un momento de particular importancia dentro de los procesos pastorales de cada diócesis. Muchísimos obispos escribieron cartas pastorales para orientar a los fieles en el sentido y trascendencia de este Año y organizaron programas, tanto a nivel diocesano como parroquial, que ayudarán a impulsar cuanto ya se venía realizando en sus proyectos de evangelización. En las visitas que pudimos realizar a diversos países durante este año siempre encontramos por todas partes la «barca» que simbolizaba la celebración del Año de la Fe.

–¿Cuánto ha contribuido la elección de Francisco a que muchas personas se replanteen la fe?

–Este año el Espíritu Santo quiso sorprender a la Iglesia, primero con ese gesto de gran humildad y enorme valentía de Benedicto XVI al presentar su dimisión al ejercicio del Ministerio petrino y luego con la elección de su sucesor, un obispo venido de «casi el fin del mundo». El Papa Francisco, con su espontaneidad, su inmensa cercanía a la gente, sus palabras sencillas pero profundas, su permanente invitación a la misericordia y su testimonio de oración y de pobreza, ha conquistado el corazón de mucha gente. Podríamos decir que él está imprimiendo un estilo de vida cristiana que haga creíble nuestra fe y que suscite esperanza entre la gente. De manera vivencial el Papa está realizando lo que se espera de la nueva evangelización: que los alejados se replanteen la fe.

–El Año de la Fe coincide con el 50º aniversario del inicio del Concilio Vaticano II. ¿Se valora suficientemente este evento?

–El Vaticano II constituyó, como dijera el Beato Juan XXIII al inaugurar el Concilio, un «nuevo pentecostés» para la Iglesia, que continúa siendo una brújula segura para su caminar. Han pasado 50 años de ese acontecimiento y todavía está lejos de ser completamente conocido y comprendido en su importancia e impulso evangelizador. Este Año de la Fe ha servido para recordar la necesidad de retomar el Concilio, de estudiarlo, de asumir sus grandes líneas para que la Iglesia continúe transmitiendo al mundo, con un lenguaje sencillo y asequible y con un válido testimonio de vida, que en Cristo Dios ha querido mostrarnos su amor y su cercanía.

–¿Qué futuro tendrá el dicasterio para la Nueva Evangelización?

–El Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización no agota su actividad con la finalización del Año de la Fe; por el contrario, fue un estímulo y un impulso a cuanto le fue señalado en la carta apostólica «Unicumque et Semper» con la cual lo creó Benedicto XVI. Sabemos que la esencia de la Iglesia es evangelizar, y esto constituye su ser y su misión, que ha de cumplirse en todos los tiempos. Hoy se requiere inyectar a esa tarea evangelizadora un mayor espíritu misionero.

Darío Menor. La Razon